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Cuando yo era chica, mi abuela (de ancestros italianos y gallegos) hacia magia con dos o tres cosas que tenía dando vueltas en la heladera.
Las bebidas gaseosas azucaradas y los snacks chatarra solo se comían en los cumpleaños, y había pocas golosinas en los kioscos y en el supermercado.
No existía el “delivery”, y la materia prima se aprovechaba integra: si se compraba un pollo hasta con los menudos se hacía un arroz, un caldo con la carcasa, unas pencas de acelga se convertían en milanesas mientras las hojas se usaban para una tarta, y con los corazones de las manzanas que sobraban de la compota se hacía una infusión que servía de bebida refrescante.
Así, se comía lo que había, y el paladar de los más chiquitos de la familia se iba forjando con sabores muy variados.
Con el tiempo nos fuimos alejando de las tradiciones culinarias familiares un poco por el trajín de la vida moderna y el poco tiempo para cocinar, y otro poco porque la publicidad trabaja incesablemente para convencernos de que necesitamos comprar tal o cual producto, más por el packaging o la felicidad de un momento congelado en un segundo publicitario, que por su valor nutricional.
Entonces, cuando decidimos emprender el camino de la alimentación saludable, nos encontramos con la difícil disyuntiva de que muy probablemente al principio, tengamos que hacer varios platos de comida para los distintos miembros de la familia.
Tal vez nuestra pareja no nos acompañe en esa decisión de “comer saludable”, pero, en definitiva, es un adulto que puede tomar sus propias decisiones (in)salubres.
Sin embargo, no solo es conveniente a nivel economía doméstica, sino (mucho más importante) que es nuestra responsabilidad como padres educar a nuestros niños en procesos que sean realmente nutrición y no “comida”.
Respetar y estimular la curiosidad natural de los niños es importante: ofrecerles alternativas saludables es la base de todas las elecciones que harán el día de mañana cuando sean adultos.
Los niños aprenden por imitación: un hogar donde la alimentación sea un acto de cuidado y amor, eligiendo ingredientes nobles y presentándolos inclusive en un marco lúdico donde cada comida sea una pequeña celebración, seguramente serán muy buenas bases para que, en un futuro, ellos puedan trasmitirles esos valores a su vez a sus hijos.
“Somos lo que comemos”, dijo Hipócrates, el padre de la medicina, allá por el siglo IV a.c.
Y en la ciencia Ayurveda se sostiene que “alimento es todo lo que ingresa por los sentidos”.
Por tanto, nuestra salud física, mental y emocional se sostiene entonces mucho más en pilares como los momentos compartidos en familia, con alimentos adecuados, que en una cara cajita que nos quieren hacer creer que proporciona “alegría” con un juguetito, 3 papas fritas y un puñado de Nuggets de pollo que tiene más de ultraprocesado, químicos y packaging que de felicidad.